“La gente no puede evitar venir aquí” cuenta Pablo Novak sobre su pueblo fantasma. Las catástrofes suelen otorgar cierta mística a aquello que damnifican. Villa Epecuén no es la excepción. Es un pueblo que hoy nos llama la atención por su ausencia, por su silencio y por su soledad infinita. Se encuentra en la provincia de Buenos Aires a 7 kilómetros de Carhué pero a poca gente le suena familiar.
Si bien podemos enumerar ciertos acontecimientos anteriores, el 10 de noviembre de 1985 es el día en que el agua tomó el pueblo. Todos los habitantes se vieron obligados a recoger algunas de sus pertenencias y evacuar sus hogares. Hace treinta y un años el agua corrió a la gente, la corrió para no volver. Un día empezó a llover y creo que en cierta forma nunca paró. Cuando te arrebatan tu hogar, el corazón carga con una nube difícil de disipar. El pueblo pasó de 1500 habitantes a 1 solo. Porque Pablo Novak nunca pudo dejar su ciudad, el lazo con su tierra fue más fuerte que cualquier motivo para dejarla.
En sus épocas doradas el pueblo recibía a más de 20.000 turistas cada año que llegaban atraídos por este particular lago de agua salada. La salinidad del agua es 10 veces mayor que la del océano por lo que los cuerpos flotan al entrar en el lago. Supo tener más de 5000 hoteles y alcanzó un auge económico cuya base fue principalmente el turismo. Había tres ramales ferroviarios que proveían de turistas variados al polo recreativo.
Son otras las razones que nos acercan hoy a Epecuén. A partir del año 2005 las aguas del lago empezaron a ceder y las calles del pueblo resurgieron de las profundidades. A pesar de que la zona es la viva imagen de la decadencia hay algo que despierta la curiosidad. Así es que atrae desde fotógrafos hasta deportistas. Se han filmado escenas de películas, documentales y publicidades. Es un paisaje que merece ser visto por los menos una vez, creo que es un desafío para aquellos que necesitan encontrarle sentido a una imagen tan caótica.